miércoles, 22 de septiembre de 2010

Guarida II

A lo lejos, al final de la llanura, allí estaba él. La tenue luz del final del día iluminaba su cabello azabache y sus labios, de comisuras ascendentes, casi parecían esbozar una sonrisa.
Quería acercarme a él, poder observarle desde más cerca, tal vez desde detrás de uno de aquellos cipreses. Empecé a caminar en línea recta, pero después de un buen rato andando él seguía estando a la misma distancia de mí que antes. Como si cada paso que andara yo, lo desanduviese luego él. Sin embargo él no se movía. Había estado en esa misma posición todo el tiempo. ¿Y si, quizás, fuese un espejismo, una ilusión?


El canto de un jilguero me despertó, haciéndome volver a la realidad. ¿Sólo había sido un sueño? Parecía tan...cierto. A mi lado seguía aquel mortal, ¡aún dormido! No esperaba encontrarlo a mi lado por la mañana. Podría haber tenido la deferencia de marcharse mientras yo dormía. El bosque de día era muy diferente. Los umutxu estarían cerca de aquí y ellos... No. Definitivamente había sido un error pedirle que se quedara. Y por ese error, posiblemente, tuviese yo que luchar para salvar su vida.


¡Maldita inconsciente!

domingo, 19 de septiembre de 2010

Guarida I

"He de irme"
Sus últimas palabras antes de dar la vuelta y seguir su camino. Se adentró entre las filas de coníferas con paso ligero. Le seguí con la mirada allá hasta donde alcanzaba la vista.
Podía haberlo retenido un poco más. Claro que podía. Incluso, tal vez, habría conseguido que pasara la noche aqúí. Otra noche sola...No. Eso no podía permitírmelo.
Corrí. Corrí todo lo rápido que pude hasta que distinguí una silueta cerca. Era él. Había amainado el paso. Fue difícil pero pude conseguir conducirle hasta mi guarida.
"¿Qué quieres de mí?"
"Sólo tu presencia"
Le necesitaba. Necesitaba un testigo de mis noches en vela. De mi uso y abuso del licor. De mis ansias de empaparme de literatura. En fin, de mis excesos. Un juicio ajeno, un poco de cordura, sensatez.
Sus ojos reflejaban rabia. Supuse que se sentía preso, despojado de su libertad. Pero no, yo no iba a obligarle a nada, excepto a quedarse junto a mí aquella noche, sólo aquel momento. Pensé que unas palabras amables le tranquilizarían y me dispuse a narrarle mis nobles intenciones. Antes de terminar mi explicación, pasó un brazo por mi cuello y apretó mi cuerpo contra el suyo. Era un abrazo…un abrazo de un mortal.
De repente caí en la cuenta de que había parado de hablar y él no parecía siquiera haberlo notado. Sonreía. Acarició mi cabello y yo…cerré los párpados poniendo fin a mis noches de insomnio.