miércoles, 13 de octubre de 2010

Gotas de libertad


Puedo quedarme en casa, oyendo el sonido de la lluvia mientras leo absorta una novela de Anne Rice y luego ir a por mi bloc y escribir quizás un soneto o una silva. O tal vez echarme en el sofá, taparme con la manta y escuchar un CD de Cradle of Filth. O puedo coger mi paraguas rojo y pasear por la ciudad. Quizás entrar en alguna cafetería en busca de un chocolate caliente y pasar allí la tarde junto a la ventana observando las gotas de lluvia danzar en el cristal. Y luego volver a casa, darme un baño caliente, ponerme el pijama y dormir tranquila toda la noche. O tal vez llamarte e invitarte a casa. Esperar impaciente tu llegada con mi mejor lencería y abrazarte cuando entres por la puerta. Acariciar tus mejillas, tu cuello, tu espalda. Dejar que mis dedos se enreden en tu cabello. Recorrer tu cuerpo con mis labios y pedirte que te quedes esta noche. Y, al alba, pensar, mientras te observo dormir, que has sido mi mejor elección y mirarte y sonreír. O puedo recordar que ya no sabes quererme y gritarte que te marches y cerrar de una patada la puerta.

domingo, 3 de octubre de 2010

Guarida III

Me acerqué a él, pues debía despertarle e invitarle a irse cuanto antes. Los rayos de luz incidían sobre su rostro e iluminaban sus mejillas. Acaricié su frente, su cara, sus labios, su cuello. Nunca antes había acariciado la piel de un mortal. Era tan suave…
Lo dejé dormir y me acerqué a la entrada de la guarida. Miré alrededor, no había nadie.
Tal vez podría esconderle allí hasta el anochecer y luego le haría marcharse sin problemas.
Estaba yo sumida en mis reflexiones cuando atisbé, entre los cipreses, cuatro pares de ojos de color rojo intenso. De repente, sentí el peso de la culpabilidad sobre mis hombros. Había tenido tiempo de sacar de allí a aquel hombre, sin embargo ahora ya era demasiado tarde. Ahora sólo me quedaba la opción de luchar para protegerle…Me prometí a mí misma no volver a amanecer junto a un mortal. Y, tras gritar distraída las palabras “quédate aquí”, corrí hacia el bosque. Antes de llegar a los cipreses, un umutxu saltó encima de mí haciendo que cayera bruscamente al suelo, justo antes de clavar sus zarpas en mi vientre. Levanté de golpe la rodilla derecha con la fuerza suficiente para que la bestia se apartase de mí.  Aquel  golpe debió de dolerle porque se recostó en la tierra haciendo extraños ruidos. Miré al resto de la manada, pero para mi sorpresa, ya no eran tres más, sino una docena de iracundos umutxu. Noté movimiento a mis espaldas y allí estaba él. Sin saber el peligro que corría su vida, presentándose ante los Hijos de las tinieblas como si esto fuese un juego. Y lo que es aún peor...ni siquiera estaba armado.
De repente, un par de umutxu hicieron amago de atacarle, pero por suerte yo fui más rápida que ellos y aparté al mortal de la trayectoria de aquellas fieras. Habría sido más fácil si hubiese obedecido a mi orden de quedarse en la guarida. Habría intentado negociar con ellos, haber evitado el ataque…no sé.
Justo detrás de los umutxu, entre la espesura de las coníferas, surgió como de la nada un extraño ser acompañado de un lobo blanco. Pronunció unas palabras en un lenguaje que yo desconocía y, como si de una orden se tratase, todos los umutxu echaron a correr y se introdujeron en la espesa capa de follaje que formaba el bosque.
Me preguntaba quien sería aquel ser de grandes ojos marrones y cabello largo, y qué les había dicho para que se fueran así sin más olvidando darme el castigo que merecía, olvidando al mortal… Anduvo unos pasos hasta deternerse frente a mí y, contestando a una pregunta que yo ni siquiera había formulado aún, dijo con una amplia sonrisa:
-Arthur, me llamo Arthur.
-Esendil, encantada- fue todo lo que dije, a pesar de que tenía mil preguntas que hacerle.
-Te lo explicaré más adelante, ¿puedo hablar con él?-dijo señalando al humano.
-Sí, vayamos a mi guarida.
Esperé fuera mientras ellos hablaban.


-Tranquilo, estoy aquí para ayudarte.
-¿Quién eres? ¿Quiénes eran esos animales? Esendil…
-No voy a contarte nada sobre ella, pues has de conocerla por ti mismo. Pero hay algo que debes decirme, ¿quieres marcharte de aquí?
-No. No puedo separarme de ella. A pesar de que fue anoche cuando nos vimos por primera vez siento algo especial a su lado. Protección, seguridad…No sé como llamarlo, no sé describirlo…Como si algo me atase a ella. No quiero irme de aquí. No puedo hacerlo.
-Hay algo que debes saber. Esendil es un hada y hay una norma aquí: Ningún hada puede permanecer junto a un mortal durante el día. Los umutxu se encargan de que esto se cumpla, primero devoran al mortal, luego castigan al hada. Siempre se ha hecho así. Sólo hay una forma de que puedas quedarte, si tanto lo deseas.

Tan sólo habían pasado unos minutos cuando, de forma inesperada, escuché un grito que procedía del refugio y entré a ver qué sucedía.
Arthur me miró asustado y se llevó el brazo a la cara para limpiarse la sangre, sangre que sólo podría provenir de un lugar…El mortal yacía en el suelo sollozando. En la parte derecha de su cuello tenía dos marcas justo en la línea de la yugular.
Arthur era un… ¿vampiro?





FIN