viernes, 3 de diciembre de 2010

Humo y vodka





Es domingo por la tarde y fuera está lloviendo. Con mi cámara en las manos, espero tu sonrisa para inmortalizarla, pero tú no me miras. No quieres sonreír para mí. No me miras y me duele.
Hace frío. Me gustaría que me abrazaras ahora, y aunque estás a escasos centímetros de mi piel, te muestras tan distante...
Me haces sentir que no valgo nada, pero después recuerdo tus palabras de meses atrás y sonrío. Imagino que las pronuncias en voz alta y siento un cosquilleo en el estómago. Imagino tus caricias, tus besos, tus abrazos, y vuelvo a sonreír. Espero que me cantes al oído nuestra canción, como aquella vez, ¿te acuerdas? Pero no lo haces. No me miras. No quieres sonreír para mí. No me miras y me duele.

Te quiero y pienso que con eso es suficiente.
Te quiero e imagino que me quieres. Pero no puedo mirar en tu interior. No sé lo que piensas, ni sé lo que sientes. Si me dejaras al menos coger tus manos...pero te apartas de mí.
De repente me miras y me echas en cara lo fría que soy y me confiesas lo insignificante que soy para ti.
Y es en ese preciso momento cuando empiezo a sentir indignación, repulsión, desazón. Y empiezo a odiarte tanto... Y sólo quiero marcharme, alejarme de ti.



Minutos después me encuentro andando deprisa y sin mirar atrás.
Y de repente, estoy en el mismo bar con los tipos de siempre. Las ideas se repiten y, acorde tras acorde, segundo tras segundo, todo parece más exiguo.

Y en los rincones de siempre, un pintor, dos poetas, una dama de rojo, tres hombres jugando a las cartas, un hombre con un sombrero y...humo de pipa. Libros en blanco esperando ser escritos y partituras vacías que alguien intenta rellenar sin armonía,sin ritmo.

El hombre del sombrero intenta escribir algo en su cuaderno. De repente arranca una hoja, la arruga y la tira al suelo. Repite lo mismo tres veces más. Cada vez parece más frustrado. Pide un vodka. Se lo acaba. Pide otro. Se lo acaba.
Se acerca la dama de rojo, le susurra algo al oído, el hombre se levanta y ambos salen del bar dejando el cuaderno en la mesa.
Me acerco al cuaderno. Y al ojear las páginas me sorprende que no haya nada escrito.
Con la pluma que hay en la mesa, intento escribir un poema, y verso tras verso, cada uno es más absurdo que el anterior. Yo también pido un vodka. Arranco la página y empiezo de nuevo. Otro vodka más y me rindo.
Enciendo un cigarro.

Un tipo al que nunca antes había visto viene hacia mí y deja una nota sobre la mesa:

"¿Dónde están las musas cuando las necesitamos?"

-Espera

Se vuelve. Me guiña el ojo. Y se va sin decir nada.
Salgo a la puerta y miro calle abajo buscando al extraño, pero no consigo verle.

Vuelve la dama de rojo, con los zapatos de tacón en la mano y el maquillaje corrido. Viene sola.
No lo dudo. Me acerco.

-¿Posaría usted para mí?

martes, 16 de noviembre de 2010

Belladona

Desde hace ya dos años, en las calurosas noches de verano, nunca duermo en casa. No os dais cuenta y cuando dormís, yo me escabullo entre las oscuras calles de esta tediosa ciudad hasta llegar al mismo sitio de siempre. Ellos se ocultan entre los callejones del casco antiguo. Yo me escondo y los contemplo en silencio.
Sus danzas incesantes los mueven al ritmo de la sutil música que ondea en el aire cual bandera que reclama independencia. Sus dulces rostros, su pálida piel, sus extraños ojos, sus miradas lascivas...
Se refugian en la danza, pero también en la poesía. La danza complace a sus cuerpos y la poesía a sus mentes.
Espíritus se elevan en tal magnífica velada.
Ellos alzan sus cervezas y brindan. Ellas se contentan con belladona. Luego todo cambia. Se acaba la calma. Entran en un estado de embriaguez que les hace salir de sí mismos....
Después, los aparecidos apagan las velas con un sutil soplido mientras los demás seres se desvanecen hasta desaparecer por completo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Gotas de libertad


Puedo quedarme en casa, oyendo el sonido de la lluvia mientras leo absorta una novela de Anne Rice y luego ir a por mi bloc y escribir quizás un soneto o una silva. O tal vez echarme en el sofá, taparme con la manta y escuchar un CD de Cradle of Filth. O puedo coger mi paraguas rojo y pasear por la ciudad. Quizás entrar en alguna cafetería en busca de un chocolate caliente y pasar allí la tarde junto a la ventana observando las gotas de lluvia danzar en el cristal. Y luego volver a casa, darme un baño caliente, ponerme el pijama y dormir tranquila toda la noche. O tal vez llamarte e invitarte a casa. Esperar impaciente tu llegada con mi mejor lencería y abrazarte cuando entres por la puerta. Acariciar tus mejillas, tu cuello, tu espalda. Dejar que mis dedos se enreden en tu cabello. Recorrer tu cuerpo con mis labios y pedirte que te quedes esta noche. Y, al alba, pensar, mientras te observo dormir, que has sido mi mejor elección y mirarte y sonreír. O puedo recordar que ya no sabes quererme y gritarte que te marches y cerrar de una patada la puerta.

domingo, 3 de octubre de 2010

Guarida III

Me acerqué a él, pues debía despertarle e invitarle a irse cuanto antes. Los rayos de luz incidían sobre su rostro e iluminaban sus mejillas. Acaricié su frente, su cara, sus labios, su cuello. Nunca antes había acariciado la piel de un mortal. Era tan suave…
Lo dejé dormir y me acerqué a la entrada de la guarida. Miré alrededor, no había nadie.
Tal vez podría esconderle allí hasta el anochecer y luego le haría marcharse sin problemas.
Estaba yo sumida en mis reflexiones cuando atisbé, entre los cipreses, cuatro pares de ojos de color rojo intenso. De repente, sentí el peso de la culpabilidad sobre mis hombros. Había tenido tiempo de sacar de allí a aquel hombre, sin embargo ahora ya era demasiado tarde. Ahora sólo me quedaba la opción de luchar para protegerle…Me prometí a mí misma no volver a amanecer junto a un mortal. Y, tras gritar distraída las palabras “quédate aquí”, corrí hacia el bosque. Antes de llegar a los cipreses, un umutxu saltó encima de mí haciendo que cayera bruscamente al suelo, justo antes de clavar sus zarpas en mi vientre. Levanté de golpe la rodilla derecha con la fuerza suficiente para que la bestia se apartase de mí.  Aquel  golpe debió de dolerle porque se recostó en la tierra haciendo extraños ruidos. Miré al resto de la manada, pero para mi sorpresa, ya no eran tres más, sino una docena de iracundos umutxu. Noté movimiento a mis espaldas y allí estaba él. Sin saber el peligro que corría su vida, presentándose ante los Hijos de las tinieblas como si esto fuese un juego. Y lo que es aún peor...ni siquiera estaba armado.
De repente, un par de umutxu hicieron amago de atacarle, pero por suerte yo fui más rápida que ellos y aparté al mortal de la trayectoria de aquellas fieras. Habría sido más fácil si hubiese obedecido a mi orden de quedarse en la guarida. Habría intentado negociar con ellos, haber evitado el ataque…no sé.
Justo detrás de los umutxu, entre la espesura de las coníferas, surgió como de la nada un extraño ser acompañado de un lobo blanco. Pronunció unas palabras en un lenguaje que yo desconocía y, como si de una orden se tratase, todos los umutxu echaron a correr y se introdujeron en la espesa capa de follaje que formaba el bosque.
Me preguntaba quien sería aquel ser de grandes ojos marrones y cabello largo, y qué les había dicho para que se fueran así sin más olvidando darme el castigo que merecía, olvidando al mortal… Anduvo unos pasos hasta deternerse frente a mí y, contestando a una pregunta que yo ni siquiera había formulado aún, dijo con una amplia sonrisa:
-Arthur, me llamo Arthur.
-Esendil, encantada- fue todo lo que dije, a pesar de que tenía mil preguntas que hacerle.
-Te lo explicaré más adelante, ¿puedo hablar con él?-dijo señalando al humano.
-Sí, vayamos a mi guarida.
Esperé fuera mientras ellos hablaban.


-Tranquilo, estoy aquí para ayudarte.
-¿Quién eres? ¿Quiénes eran esos animales? Esendil…
-No voy a contarte nada sobre ella, pues has de conocerla por ti mismo. Pero hay algo que debes decirme, ¿quieres marcharte de aquí?
-No. No puedo separarme de ella. A pesar de que fue anoche cuando nos vimos por primera vez siento algo especial a su lado. Protección, seguridad…No sé como llamarlo, no sé describirlo…Como si algo me atase a ella. No quiero irme de aquí. No puedo hacerlo.
-Hay algo que debes saber. Esendil es un hada y hay una norma aquí: Ningún hada puede permanecer junto a un mortal durante el día. Los umutxu se encargan de que esto se cumpla, primero devoran al mortal, luego castigan al hada. Siempre se ha hecho así. Sólo hay una forma de que puedas quedarte, si tanto lo deseas.

Tan sólo habían pasado unos minutos cuando, de forma inesperada, escuché un grito que procedía del refugio y entré a ver qué sucedía.
Arthur me miró asustado y se llevó el brazo a la cara para limpiarse la sangre, sangre que sólo podría provenir de un lugar…El mortal yacía en el suelo sollozando. En la parte derecha de su cuello tenía dos marcas justo en la línea de la yugular.
Arthur era un… ¿vampiro?





FIN

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Guarida II

A lo lejos, al final de la llanura, allí estaba él. La tenue luz del final del día iluminaba su cabello azabache y sus labios, de comisuras ascendentes, casi parecían esbozar una sonrisa.
Quería acercarme a él, poder observarle desde más cerca, tal vez desde detrás de uno de aquellos cipreses. Empecé a caminar en línea recta, pero después de un buen rato andando él seguía estando a la misma distancia de mí que antes. Como si cada paso que andara yo, lo desanduviese luego él. Sin embargo él no se movía. Había estado en esa misma posición todo el tiempo. ¿Y si, quizás, fuese un espejismo, una ilusión?


El canto de un jilguero me despertó, haciéndome volver a la realidad. ¿Sólo había sido un sueño? Parecía tan...cierto. A mi lado seguía aquel mortal, ¡aún dormido! No esperaba encontrarlo a mi lado por la mañana. Podría haber tenido la deferencia de marcharse mientras yo dormía. El bosque de día era muy diferente. Los umutxu estarían cerca de aquí y ellos... No. Definitivamente había sido un error pedirle que se quedara. Y por ese error, posiblemente, tuviese yo que luchar para salvar su vida.


¡Maldita inconsciente!

domingo, 19 de septiembre de 2010

Guarida I

"He de irme"
Sus últimas palabras antes de dar la vuelta y seguir su camino. Se adentró entre las filas de coníferas con paso ligero. Le seguí con la mirada allá hasta donde alcanzaba la vista.
Podía haberlo retenido un poco más. Claro que podía. Incluso, tal vez, habría conseguido que pasara la noche aqúí. Otra noche sola...No. Eso no podía permitírmelo.
Corrí. Corrí todo lo rápido que pude hasta que distinguí una silueta cerca. Era él. Había amainado el paso. Fue difícil pero pude conseguir conducirle hasta mi guarida.
"¿Qué quieres de mí?"
"Sólo tu presencia"
Le necesitaba. Necesitaba un testigo de mis noches en vela. De mi uso y abuso del licor. De mis ansias de empaparme de literatura. En fin, de mis excesos. Un juicio ajeno, un poco de cordura, sensatez.
Sus ojos reflejaban rabia. Supuse que se sentía preso, despojado de su libertad. Pero no, yo no iba a obligarle a nada, excepto a quedarse junto a mí aquella noche, sólo aquel momento. Pensé que unas palabras amables le tranquilizarían y me dispuse a narrarle mis nobles intenciones. Antes de terminar mi explicación, pasó un brazo por mi cuello y apretó mi cuerpo contra el suyo. Era un abrazo…un abrazo de un mortal.
De repente caí en la cuenta de que había parado de hablar y él no parecía siquiera haberlo notado. Sonreía. Acarició mi cabello y yo…cerré los párpados poniendo fin a mis noches de insomnio.